Hoy se apagó la luz de mi vida. (19/06/21)
Víctima del Covid, partió hoy a la
Casa del Señor mi querida esposa, mi amiga, mi compañera, mi compinche, mi consejera, mi soporte y mi alegría. Estuvo internada sesenta y un días en el Servicio de Terapia Intensiva en la sede “Hermenegilda Pombo de Rodríguez”, del Hospital Universitario del Centro de Educación Médica e Investigaciones Clínicas (CEMIC), para cuyos médicos, enfermeros y personal en general, no tengo más que palabras de reconocimiento, de agradecimiento y de admiración.
Falleció después de más de dos meses de durísima pelea, primero con el Covid, y después con sus graves secuelas. Ese virus en el que muchos no creen, para el cual no alcanzan las vacunas en las que algunos tampoco creen, por culpa de un gobierno de corruptos, ineptos e ineficientes al que, increíblemente, hay un número importante de personas que todavía le siguen creyendo.
Después de veinte años de convivencia y matrimonio, hoy estoy solo. Indescriptiblemente solo. Porque el dolor, el vacío, la soledad y el silencio que siento dentro mío son tan profundamente atronadores, como imposibles de describir. Y esto recién empieza.
Podría escribir un libro sobre ella, sobre sus virtudes, su fortaleza, su generosidad y su entrega. Sobre su paciencia para conmigo. Sobre su lealtad. Sobre su capacidad de amar y de perdonar. Sobre sus frustraciones e inmerecidos sufrimientos. Sobre nuestros innumerables momentos felices y sobre los sueños comunes, muchos de ellos cumplidos y otros tristemente truncados hoy. Pero sólo quiero agradecerle, en su despedida de este mundo, por todo el amor, la felicidad, la paz y la seguridad que encontré a su lado.
Se fue sin poder decirle adiós. Si bien la pude visitar diariamente este último mes, y hasta tuve la inmensa suerte de verla un par de veces despierta, hablarle y saber que me entendió, nos faltó ese beso, ese abrazo y ese tierno apretón de manos del final, que tantas veces a lo largo de nuestra vida común, nos habíamos prometido mutuamente para cuando a alguno de nosotros le llegara el instante de la partida final. Y le fallé. Como tantas veces antes, en las que no estuve dónde y cuándo debía estar. Pero la amé con todo mi ser y así la seguiré amando hasta el final de mis días.
A la inmensa cantidad de familiares y amigos que me acompañaron con sus oraciones, apoyo y permanente aliento a lo largo de esta larga y penosa agonía, y a los médicos del CEMIC que lucharon inclaudicablemente por ella más allá de sus posibilidades, mi eterno agradecimiento.
Que Dios te reciba querida Beatriz en su reino y que después de esta larga y difícil batalla, puedas al fin descansar en paz.
Gracias por la inmensa dicha y el honor de haberme permitido compartir juntos los últimos años de tu vida.
Jorge Tisi Baña.
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