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La democracia tribal, esa enfermedad senil. Fernando Savater

domingo, 27 de julio de 2014

Votar parece cada vez más elegir el interés de una secta antes que los de la comunidad. • Fernando Savater FILOSOFO Y ESCRITOR ESPAÑOL • Clarín. Edición Impresa. Domingo 27 de julio de 2014. Opinión Pag 30 Empecemos por lo primero y principal, que es lo que a algunos nunca acaba de entrarles en el caletre: la democracia no es la forma de organización política que garantiza mayor justicia, ni criterios más acertados en economía o cultura, ni tampoco mejores resultados comerciales a los países. Ni siquiera se preocupa con ventaja de hacer más grandes a las naciones, más prósperos a los pueblos, o más virtuosos a los ciudadanos. ¡No y no! Si a usted lo que le importa por encima de todo es el grupo étnico al que pertenece, la religión que merece su fe, la ideología salvadora que a su juicio ha de redimir a la humanidad, tenga por seguro que la democracia va a decepcionarlo. Porque la democracia no consiste más que en garantizar la libertad igualitaria de los ciudadanos individuales, sea para elegir lo mejor o lo peor, para optar por soluciones de izquierdas o de derechas, para ser personalmente semejantes o distintos de los demás. De modo que si ese programa no le convence, tome consejo de Fidel Castro, del ayatolá Jomeini, de Marine Le Pen … o del mismísimo Hitler, si aún atiende el teléfono. Pero como resulta que la palabra “democracia” ha adquirido un aura respetable incluso para quienes desconocen minuciosamente en qué consiste o en el fondo la detestan porque sueñan con paraísos o privilegios diferentes, hoy puede llamarse así a cualquier cosa en que aparezcan votantes y una urna más o menos aseada. El resultado, por decirlo brevemente, suele ser poco glorioso. Porque lo cierto es que sin mentalidad democrática no puede haber resultados democráticos, aunque haya una urna en cada esquina. Si el votante no sopesa independientemente las opciones que se le ofrecen, sino que sólo piensa en cuáles son “los suyos”, aquellos a cuya tribu étnica, ideológica o política pertenece, el resultado no hará más que subrayar las divisiones de la sociedad y no sus puntos de acuerdo fundamentales, indispensables para su armonioso funcionamiento. Lo vemos bien a las claras en los comicios que se realizan en países sólo teóricamente democráticos como Afganistán o Irak, y también en algunos otros africanos, donde no cuentan los programas de los candidatos sino sólo si son talibanes, chíítas, hutus, tutsis, o cualquier otra demarcación tribal de las mentes y voluntades. Cada cual vota por lo que cree que es frente a los demás y no por lo que quiere como preferible para todos. Desde nuestra suficiencia occidental solemos mirar esos resultados electorales con paternalismo y conmiseración. Pero deberíamos recordar la antigua coplilla hispana: “He vivido suficiente/para no ser arrogante/cuando no lo puedo ser”. Porque también nuestras elecciones europeas indican que la tribalización de la democracia no es exclusiva de países emergentes sino también, y mucho peor, la enfermedad senil de las democracias con muchos trienios y demasiada corrupción a las espaldas. Copyright Fernando Savater / Ediciones El País SL, 2014.