SOBRE LA MILITANCIA
http://www.clarin.com/politica/militancia_0_1517848505.html
En Montevideo, en 1984,
todavía existía el Café Sorocabana. Sus avisos en los diarios decían “Lea
poesía. Café Sorocabana”. En Buenos Aires hervía el gobierno de Alfonsín y al
lado se derrumbaba lentamente la dictadura de Gregorio Conrado Alvarez
Armelino, el Goyo Alvarez, que ocupó la presidencia de Uruguay entre 1981 y
1985, actualmente condenado por homicidio agravado. Yo había llegado por el
semanario El Periodista y de aquel viaje entre cientos de viajes siempre
recuerdo dos hechos: la olla popular de La Teja tenía psicólogo y los
sindicalistas –y quizá este fue el hecho que más me asombró– trabajaban.
–¿Y a qué hora lo puedo
encontrar?– pregunté por un gremialista metalúrgico en el comando central del
PIT-CNT.
–Acá viene a la noche. De
día está en el taller, trabajando.
Era difícil imaginarse en
esos años a Ubaldini en la cervecería o a Lorenzo Miguel en el taller. Recuerdo
ahora esa escena, mientras en Argentina se desgasta la absurda polémica del
militante rentado, confundiéndola con la libertad de expresión o el derecho a
crear revolucionarios profesionales: una minoría a la que la mayoría debiera
verse obligada a mantener.
A medida que pasan los
meses y vemos actuar al kirchnerismo residual, su herencia cultural aparece más
desnuda. Raúl Aragon, titular de la consultora que lleva su nombre, afirmó
citado por Laura Di Marco en La Nación que “el setentismo es cada vez menos
capaz de interpretar al mundo de manera que los lleve a un accionar eficiente”.
La historiadora Vera Carnovale disiente: “Es probable que reencarne bajo otras
formas políticas, es tan grande la herencia de la revolución y dejó a tantos
millones sin faro y sin sentido que es imposible que esa idea se esfume”. María
Matilde Ollier, en la misma nota, señala el cinismo k: “Señalar que el
kirchnerismo es la generación política de los setenta es hacerse cargo del
Relato. Esa fue una estrategia de Néstor para darle al gobierno el barniz de lo
nuevo y mostrarlo a él, a los ojos de la opinión pública, lejos del peronismo
de cuyas entrañas era parte”.
Persistan o no los ideales
del setenta sería bueno preguntarse cuáles fueron o cuáles hubieran sido: la
dictadura provocó 30.000 muertes; ¿cuántas hubieran provocado los montoneros?
Nunca va a terminar de arrepentirse el gobierno K de haber invitado a Tzvetan
Todorov, el filósofo búlgaro-francés, a visitar el Parque de la Memoria. Al
poco tiempo publicó en El País de Madrid: “En el catálogo institucional del
Parque de la Memoria, publicado hace algunos meses, se puede leer:
‘Indudablemente, hoy la Argentina es un país ejemplar en relación con la
búsqueda de la Memoria, Verdad y Justicia’. Pese a la emoción experimentada
ante las huellas de la violencia pasada, no consigo suscribir esta afirmación.
En ninguno de los dos lugares que visité vi el menor signo que remitiese al
contexto en el cual, en 1976, se instauró la dictadura, ni a lo que la precedió
y la siguió. Ahora bien, como todos sabemos, el período 1973-1976 fue el de las
tensiones extremas que condujeron al país al borde de la guerra civil. Los
Montoneros y otros grupos de extrema izquierda organizaban asesinatos de
personalidades políticas y militares, que a veces incluían a toda su familia,
tomaban rehenes con el fin de obtener un rescate, volaban edificios públicos y
atracaban bancos. Tras la instauración de la dictadura, obedeciendo a sus
dirigentes, a menudo refugiados en el extranjero, esos mismos grupúsculos
pasaron a la clandestinidad y continuaron la lucha armada. Tampoco se puede
silenciar la ideología que inspiraba a esta guerrilla de extrema izquierda y al
régimen que tanto anhelaba. Como fue vencida y eliminada, no se pueden calibrar
las consecuencias que hubiera tenido su victoria. Pero, a título de
comparación, podemos recordar que, más o menos en el mismo momento (entre 1975
y 1979), una guerrilla de extrema izquierda se hizo con el poder en Camboya. El
genocidio que desencadenó causó la muerte de alrededor de un millón y medio de
personas, el 25% de la población del país. Las víctimas de la represión del
terrorismo de Estado en Argentina, demasiado numerosas, representan el 0,01% de
la población”.
La idea de “juventud
maravillosa” tiñe la herencia residual: una generación que se supone de
superhombres diezmada por militares extranjeros. Tal mito está tan enraizado en
la cultura residual K que ha llevado a los jóvenes de La Plata, por ejemplo, a
pensar que Rodolfo Walsh fue un gran periodista y escritor porque era
guerrillero. Del mismo modo que se cree que Baudelaire escribía sus poemas
gracias a las drogas. Es exactamente al revés: Walsh fue un gran escritor a
pesar de ser guerrillero. Baudelaire era un gran poeta, a pesar de las drogas.
El kirchnerismo propone una
idea de la militancia en sintonía con aquella generación aunque, claro, más
lavada: sería como comparar a García Márquez con Isabel Allende. Aún así,
persiste la idea central de negar la realidad evidente, el comportamiento de guetto
fanático y la adhesión religiosa al manual político. Y, en el subtexto, la
fórmula final del Hombre Nuevo, una idea bíblica que nunca resolvió la
contradicción de hacer nacer al Hombre Nuevo de las manos del Hombre Viejo.
El militante, según el diccionario,
es “quien adhiere a una ideología. Su modo de obrar y de pensar son
militantes”. ¿Se imaginan un “modo de pensar militante”? De existir ese
infierno, se entendería el cargo que le fue dado por el decreto 837/2014 a
Ricardo Forster, “Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento
Nacional”. La etimología de la palabra viene de “militaris”, que se empleaba
para referirse a todo lo concerniente a los soldados; la partícula “nt” que se
usaba para indicar “agente” y el sufijo “ia” que es equivalente a “cualidad”.
“La Argentina no va a caer
en default –dijo Cristina cuando Argentina cayó en default–. Van a tener que
inventar un nombre nuevo”. A los pocos minutos, los bots de las redes lanzaron
la campaña “ponele nombre al default”. La militancia es, también –o quizá más
que nada– una cuestión de palabras: la “juventud maravillosa” llamaba
“recuperar” al rescate de un secuestro o el dinero de un robo; “proletarizar” a
enviar a un militante de clase media a vivir con la clase obrera; “ajusticiar”
a asesinar, etc. En la misma tradición –menos violenta, claro– puede
encontrarse hoy en la red el “Diccionario Militante” en el que se detallan como
parte del credo: ordenarse: “adoptar o hacer adoptar una actitud correcta
respecto de las jerarquías”; homologado: “el compañero que se encuentra
ratificado y aprobado”; mastiquín: “pequeña prebenda o ventaja legal éticamente
reprochable. ej: anda buscando un mastiquín pero no le damos bola” y algunas
autorreferenciales: “patear los soldaditos”, refiere a una anécdota de Máximo
Kirchner cuando su padre le pateaba los soldaditos durante el juego y pasa a la
Historia de la Militancia como: “acción de desarmarle el esquemita como
metodología correctiva”.
Otra de las palabras del
credo militante es empoderamiento, cuyo origen se cuenta desvirtuado: los
diccionarios ad hoc descubren su nacimiento en el pedagogo brasilero Paulo
Freyre, pero en verdad es una palabra de la lengua inglesa “to empower”, que se
emplea en textos de sociología política con el sentido de “conceder poder a un
colectivo desfavorecido económicamente”. El sustantivo es “empowerment”,
empoderamiento.
Muchos de los chicos que
hoy repiten el credo militante desconocen las órdenes del Primer Testamento. En
el Seminario de Formación Interna de las Abuelas de Plaza de Mayo se publica
“Moral y proletarización”, el manual de conducta ética del ERP, escrito en 1972
por Luis Ortolani con el seudónimo de Julio Parra: “Individualmente para los
revolucionarios de extracción no proletaria la proletarizacion se impone para,
ante todo, compartir la práctica social de la clase obrera, su modo de vida y
su trabajo”, dice.Dedica varios párrafos al comportamiento íntimo, en los que
define a la pareja como célula político familiar: “Es cierto que se pueden
citar casos de compañeros que por temor por sus hijos han dado muestras de
debilidad frente al enemigo, que a causa de ellos han descuidado su actividad
revolucionaria, pero esto no quiere decir que sus hijos sean las causas de esta
actitud sino que constituyen una manifestación más del individualismo pequeño
burgués. Los hijos de los revolucionarios deben compartir todos los aspectos de
la vida de sus padres, incluso a veces sus riesgos. La hermosa imagen de la
madre vietnamita que amamanta a su niño con el fusil a su lado que hemos visto
en algunos afiches y revistas es todo un símbolo de esta nueva actitud
revolucionaria frente a los hijos. Los niños deben integrarse a las masas de la
manera que les sea posible, jugando y conviviendo con los hijos de los obreros”.El
manual condena sin atenuante alguno la infidelidad: “Otra falta de respeto por
la pareja se manifiesta cuando se produce una separación temporaria por las
tareas o porque uno de los compañeros o ambos caen en manos del enemigo. En
estos casos es frecuente que los compañeros tiendan a iniciar nuevas
relaciones. Es una manera cómoda de resolver las carencias propias inmediatas y
constituye una muestra de fuerte individualismo”. En “Moral y disciplinamiento
interno del PRT ERP”, Vera Carnovale cita a Juan José Sebreli recordando: “El
ERP no quería saber nada de los gays por su castrismo mientras que en los
montoneros lo que más influía era su catolicismo. Es conocida la frase de Fidel
Castro “La revolución no necesita de peluqueros”.Tampoco había lugar para el
onanismo, incompatible con el Hombre Nuevo y que debilitaba la moral del
revolucionario. Se consideraba que la masturbacion deformaba la mente y
debilitaba el cuerpo, por lo cual una mente deformada y un cuerpo débil se
prestaban para cualquier traición. El cuadro –otra palabra que reza el
kirchnerismo residual– debe actuar como
profesional al servicio de la causa obrera, su vida está dedicada por entero al
servicio del movimiento revolucionario. “El cuadro actuá como un hombre que
piensa, reflexiona, vive en función de la revolución.No hay vida fuera de
ella”, afirmaba el Che Guevara, citado en “La formación multilateral de
cuadros” de De Santis, donde se recomienda que “el uso de la bibliografía debe
tomarse como enciclopedia para resolver todos los problemas”.
“La otra noche, cuando vi a
Casey Wander, el nene de 11 años que fue entrevistado por TV en el homenaje a
Néstor Kirchner hablar con tanta pasión, recordé aquellos tiempos, esa
adrenalina contagiosa, esa marea que es la militancia”, tuiteó Cristina. Marea,
adrenalina, cuadros con el pensamiento dibujado. A lo largo de los últimos cien
años, el “pensamiento” de los “cuadros” no ha variado: el pueblo no se rebela
por culpa de la ideología dominante y está adormecido por el consumismo; el
gobierno mundial está manejado por una pequeña camarilla que sólo representa
sus propios intereses. Ellos, a la vez, son el Pueblo, la Nación y el Bien. En
nuestro gremio, el periodismo, las consecuencias del periodismo militante han
sido funestas; el periodismo militante está filosóficamente en contra del
periodismo: el periodista tiene preguntas y el militante respuestas.El
periodista duda y el militante sostiene su fe. Cuando Cristina hablaba de la
“cadena del desánimo”, creía una vez más en su propia mentira: le atribuía a
los medios la obligación de difundir felicidad, de mantener en alto el espíritu
de la Revolución (recuérdese que el kirchnerismo hizo una Revolución con
Boudou, Moreno, Lázaro, Cristóbal, Schoklender, Jaime, De Vido y otros).
Cristina quería, cada mañana, la tapa del Granma con la vaca lechera campeona.
Por eso ninguna revolución pudo jamás tener prensa libre: porque la realidad no
coincide con la teoría por decreto.El gobierno K montó el mayor aparato de
propaganda desde los años cincuenta: nadie lo leía, nadie lo escuchaba, nadie
lo miraba.Entonces aplicaron su lógica militante:como somos la Verdad, es el
Estado quien debe financiarnos. El pueblo debe financiar a la secta para que la
despabile: que vayan poniendo el dinero, ya se enterarán por qué. En esas
cuestiones la militancia se ha mantenido inalterable. Pasó en el Partido
Comunista, propietario de la embotelladora de Coca Cola, de laboratorios, de
banca cooperativa; en algún momento unos fueron menos comunistas que otros. En
otro estilo, algo similar hicieron varios sobrevivientes de la guerrilla en el
exilio: secuestros a empresarios en Sao Paulo o Madrid, la revolución
necesitaba caja chica para viáticos. “La militancia no está mal dentro del
periodismo siempre y cuando no desvirtúen los hechos –dice Fernando Savater a
La Gaceta de Tucumán–. El problema se presenta cuando se acomodan los hechos
para que se coincida con una visión política. Hay realidades que exigen
posiciones militantes, como la trata de personas o el uso de niños en guerras,
y no permiten actitudes conciliadoras. Ahora bien, cuando la militancia del
periodista está ligada al oficialismo conlleva un riesgo.Los intelectuales que
resultan ideales para el poder resultan parecerse a esos perros de plástico que
se llevan en los autos y que tienen una cabeza móvil que asiente continuamente
con el movimiento”.
La militancia no es una
capacidad, sino una elección, y como tal debe ser respetada; hoy se utiliza
para justificar cualquier conducta.Tiene que ver,en todo caso, con la
generosidad –cuando no se torna fanática y dogmática– como en aquel Montevideo
de los ochenta: con gremialistas que van a la CGT a la noche y de día hacen su
trabajo.
No estaría mal que los
militantes recordaran, cada tanto, una idea de Bertrand Russell, el padre de la
lógica matemática, premio Nobel de Literatura en 1950: ”Gran parte de las
dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están
completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas”.
Por Jorge Lanata. De La Nación Domingo 7 de febrero de 2016. Pag 2 y 22.