Mons. Aguer en el Tedéum:
“Que asome de una vez por todas el sol del
veinticinco”.
http://www.arzolap.org.ar/2016/05/mons-aguer-en-el-tedeum-que-asome-de-una-vez-por-todas-el-sol-del-veinticinco/
Homilía de Mons. Aguer, en el
solemne Tedéum del 25 de Mayo.
Fragmento
Por otra parte, sobre
la necesidad de una urgente y definitiva reconciliación nacional, sostuvo que
“se habla en estos días de una ‘política de memoria, verdad y justicia’. ¿No
se llama así, pomposamente, al rencor y a la venganza? La memoria argentina
ha sido más bien desmemoriada, o hemipléjica. Es curioso el celo por acusar y
juzgar delitos cometidos cuarenta años atrás, cuando hubo y hay tanta
distracción y lenidad para juzgar delitos del presente. Se dice que los
crímenes aquellos fueron de lesa humanidad, esto es, literalmente, de
humanidad herida. El término es usado equívocamente; que así lo hagan periodistas
que hablan de todo e ignoran el derecho, vaya y pase, pero que lo manipulen
juristas y jueces supremos es el colmo y ese desliz no augura nada bueno.
Necesitamos paz, olvido, borrón y cuenta nueva. Olvido, sí. En varios pasajes
de la Sagrada Escritura para indicar que Dios perdona nuestros pecados se
dice que se olvida de ellos. Tomás de Aquino escribió que la justicia sin
misericordia es crueldad y la misericordia sin justicia es la madre de la
disolución. Lo terrible es que la disolución de la sociedad argentina, la
relajación y rompimiento de los vínculos sociales proceda de una justicia que
tiene tapado un solo ojo. En este Año Jubilar de la Misericordia establecido
por un Papa argentino, ¿no podemos los argentinos abrir la inteligencia y el
corazón al don divino de la misericordia, y dárnosla los unos a los otros?”.
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El Arzobispo de La Plata, Mons.
Héctor Aguer, presidió en la Catedral el solemne Tedéum por el 25 de Mayo.
Asistieron el vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Salvador
(la gobernadora María Eugenia Vidal adelantó que no lo haría, por su viaje a
Estados Unidos); el ministro decano de la Corte Suprema de Justicia de la
provincia, Eduardo Pettiggiani, y el intendente platense Julio Garro, entre
otras autoridades civiles, militares y eclesiásticas. Participaron, también,
numerosas representaciones de colegios, entidades defensoras de la tradición, y
numerosos fieles.
Como es tradición, grandes banderas argentinas cubrieron el presbiterio.
En su homilía, al comentar la
advertencia de San Pablo, en la primera carta a Timoteo, sobre los peligros de
las riquezas mal habidas y la corrupción, el prelado sostuvo que “en el imperio
romano existía la corrupción; puesto que era inmenso quizá no se notaba tanto
como en la Argentina de los últimos años, donde esa vergüenza finalmente
inocultable contrasta con la pobreza multiplicada y extendida de tantos
compatriotas. ¡Qué sencillo, qué bello es el mandato del Apóstol: Contentémonos
con el alimento y el abrigo! Necesitamos un país rico para que no haya gente
hundida en la miseria, para que no haya pobres, o para que haya los menos
posible”.
Igualmente se refirió a otras
tres cuestiones: la necesidad de refundar la educación; de generar empleo
genuino y no endeudarse porque sí; y de cerrar definitivamente las heridas de
la década del setenta con “paz, olvido, borrón y cuenta nueva”.
En primer término advirtió
que “hoy se habla de hacer una revolución educativa” cuando en realidad hay que
“refundar la educación Argentina”… “No exagero si digo que los chicos que
terminan la escuela primaria de la gestión estatal no saben leer ni escribir
correctamente”.
Sobre la necesidad de generar empleo genuino y no vivir endeudados,
sostuvo que “no es un ideal deseable
vivir pagando y morir debiendo. A propósito vale esta pregunta: ¿por qué los
argentinos no traen espontáneamente el dinero que tienen depositado en el
exterior? Estamos presenciando en las últimas semanas hasta qué extremos ha
llegado durante la última década lo que el Apóstol Pablo llamaba pleonexía:
avaricia, codicia, u otra vez amor al dinero (que es cosa e’ mandinga),
mientras los más pobres pagan los platos rotos. El empleo estatal improductivo,
innecesario, disimulaba la falta de trabajo genuino y el estancamiento de un
país lanzado al consumo insensato financiado por el fisco y para medro de
funcionarios y punteros. Por no hablar del trabajo esclavo impuesto por las
mafias, problema político, judicial y policial”.
Por otra parte, sobre la necesidad de una urgente y definitiva
reconciliación nacional, sostuvo que “se habla en estos días de una ‘política
de memoria, verdad y justicia’. ¿No se llama así, pomposamente, al rencor y a
la venganza? La memoria argentina ha sido más bien desmemoriada, o hemipléjica.
Es curioso el celo por acusar y juzgar delitos cometidos cuarenta años atrás,
cuando hubo y hay tanta distracción y lenidad para juzgar delitos del presente.
Se dice que los crímenes aquellos fueron de lesa humanidad, esto es,
literalmente, de humanidad herida. El término es usado equívocamente; que así
lo hagan periodistas que hablan de todo e ignoran el derecho, vaya y pase, pero
que lo manipulen juristas y jueces supremos es el colmo y ese desliz no augura
nada bueno. Necesitamos paz, olvido, borrón y cuenta nueva. Olvido, sí. En
varios pasajes de la Sagrada Escritura para indicar que Dios perdona nuestros
pecados se dice que se olvida de ellos. Tomás de Aquino escribió que la
justicia sin misericordia es crueldad y la misericordia sin justicia es la
madre de la disolución. Lo terrible es que la disolución de la sociedad
argentina, la relajación y rompimiento de los vínculos sociales proceda de una
justicia que tiene tapado un solo ojo. En este Año Jubilar de la Misericordia
establecido por un Papa argentino, ¿no podemos los argentinos abrir la
inteligencia y el corazón al don divino de la misericordia, y dárnosla los unos
a los otros?”.
Este es el texto completo y oficial de la homilía de Mons. Aguer:
El tan deseado sol del veinticinco
Homilía en la solemne acción de gracias por el aniversario patrio
Iglesia Catedral, 25 de mayo de 2016
El 30 de mayo de 1810,
la Junta de Gobierno recientemente elegida participó en la catedral de Buenos
Aires del solemne tedéum de acción de gracias oficiado por el canónigo Diego
Estanislao de Zabaleta. Tedéum, así como suena, como un sustantivo común, se
llama el cántico latino que comienza precisamente con las palabras Te Deum, “A
ti, oh Dios”, y que la Iglesia usa tradicionalmente para expresar su gratitud
al Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por la recepción de algún
beneficio. Desde entonces las alabanzas y súplicas que contiene este himno
ambrosiano –porque se solía atribuirlo a San Ambrosio- resonó regularmente en
nuestras fiestas patrias. Zabaleta, en aquella oportunidad ,exhortó a las
nuevas autoridades a desempeñar sabiamente las funciones que habían asumido a
causa de la vacancia en el trono y de la confusión que dominaba en la
metrópoli. En realidad, al asumir el poder esta Primera Junta –que era la
Segunda- se aplicaba el derecho hispánico tradicional y su inspiración municipalista.
Como sabemos, el accidentado desarrollo posterior de los acontecimientos llevó
a la declaración de la independencia: la asonada porteña que hoy recordamos
adquirió su pleno sentido y su justificación en el Congreso de Tucumán, seis
años después.
Nuestra celebración ha
comenzado con la escucha de la Palabra de Dios. Me permito un breve comentario
de las lecturas que han sido proclamadas. El Apóstol Pablo escribe (1Tim. 6,19)
–declino el verbo en presente porque lo que dice es actualísimo- que la
religiosidad verdadera es una ganancia si va acompañada del desinterés; en el
texto griego original figura autárkeia: autarquía, en el sentido de contentarse
uno con lo que tiene. Todo el pasaje es una diatriba contra los ambiciosos; la
concupiscencia del tener, la codicia, lleva a desatinos funestos, a la
perdición. San Pablo identifica el amor al dinero, a la riqueza (filargyría)
como la raíz de todos los males; esta sentencia se verifica en cada persona,
que será llamada a juicio ahora o después: el juicio de los hombres quizá
llegue tarde y suavemente, o nunca, pero el juicio de Dios llegará ciertamente
y según verdad, como corresponde. En continuidad con la enseñanza de Jesús en
el Evangelio, el Apóstol de las naciones exhorta a todos a no poner la
confianza en la inseguridad de las riquezas (¡ojalá, finalmente, a Seguro lo
lleven preso!), sino en Dios. No falta gente –lo sabemos- para la cual las
riquezas reemplazan a Dios; el cristianismo, en cambio, exhorta a los ricos de
este mundo a dar con generosidad, a compartir, a enriquecerse en buenas obras.
Esta exhortación va dirigida a los miembros de las comunidades cristianas
conducidas por Timoteo, discípulo del Apóstol, pero valen más allá de las
fronteras de la Iglesia, y pueden ser objeto de una proyección social y
política; en ella se refleja un auténtico humanismo y el sentido pleno de la
vida, esto es: el tesoro viene después y es la Vida verdadera (con mayúscula).
En el imperio romano existía la corrupción; puesto que era inmenso quizá no se notaba
tanto como en la Argentina de los últimos años, donde esa vergüenza finalmente
inocultable contrasta con la pobreza multiplicada y extendida de tantos
compatriotas. ¡Qué sencillo, qué bello es el mandato del Apóstol: Contentémonos
con el alimento y el abrigo! Necesitamos un país rico para que no haya gente
hundida en la miseria, para que no haya pobres, o para que haya los menos
posible.
El salmo que siguió a la
primera lectura es uno de los más notables entre los tehilim o alabanzas del
canon hebreo de la Biblia. Parece compuesto en un tiempo de incertidumbre como
el nuestro: la reconstrucción del pueblo, apenas regresado del exilio en
Babilonia, avanzaba muy lentamente, tanto que no era todavía perceptible. Los
fieles invocan entonces la misericordia de su Dios, quien les responde con un
mensaje profético en el que les promete el don plenario de la paz, shalom. Los
nombres divinos se manifiestan personificados: Gloria, Kabod es el Nombre
divino por excelencia, pero también el Amor, la Verdad y la Justicia, la Paz.
Jesús dirá a sus discípulos en la última cena: les dejo la paz, les doy mi paz,
pero no como la da el mundo (Jn.14,27). Aspiramos a esa paz, la suplicamos hoy
los argentinos en este Año Jubilar de la Misericordia, conscientes de que no la
merecemos: si lográramos bajar nuestro copete, aventar nuestros humos, la
conseguiríamos con toda certeza, porque el Señor está siempre dispuesto a
concederla.
El pasaje del Evangelio
que se ha proclamado nos presentó la parábola de los talentos (Mt. 25,14-30).
El talento era una moneda greco-romana, pero en sentido figurado el nombre
–como es sabido- significa inteligencia, capacidad. La enseñanza de Jesús no
fue una exhortación moralizante, como podría parecer. El exégeta luterano
Joachim Jeremias hizo notar que la parábola tiene en vista la próxima venida del Señor, del Cristo glorioso; es una
parábola “de crisis”, pensada y dicha para sacudir a un pueblo ciego y a sus
jefes, un intento de persuadirlos acerca de la seriedad de la hora. Sin forzar
el texto evangélico podemos aplicarlo a la actual situación argentina y aun a
toda la historia nacional por referencia a lo que hemos recibido de Dios: la
vastedad del territorio, la fecundidad de la tierra y la variedad de los
climas, como también las épocas de bonanza que no han faltado en nuestro
devenir como nación; la Providencia supo tratarnos con una paciencia infinita.
Algunos de los aquí presentes -los más viejos- podemos permitirnos con
nostalgia añorar tiempos mejores de la sociedad argentina; reconozcamos
asimismo que en la actualidad, a pesar de la multitud de nuestras desgracias,
hay gente capaz de pensar con lucidez, de trabajar generosamente, de sufrir y
esperar sin desaliento con miras al bien común, de aguardar un futuro deseable
y por tanto objeto de esperanza. La esperanza no puede identificarse con el
optimismo, que es su banalización, una engañifa que armamos nosotros mismos
para liberarnos, mediante ese artificio, de nuestra responsabilidad que en
tiempos excepcionales se torna dura, pesadísima, exigente. La esperanza nos
permite también superar el pesimismo, esa especie de realismo exagerado,
paralizante, con el cual solemos cubrir nuestra pereza, nuestra falta de
compromiso o nuestra incapacidad. Para un creyente sobre todo, la esperanza
consiste en confiar en Dios y a la vez disponerse a obrar con humildad, con
inteligencia, con nobleza de alma, con amor.
Me hago eco ahora
de las inquietudes de muchos platenses, bonaerenses y argentinos respecto de
tres cuestiones que, quizá con diverso grado de urgencia, se refieren
estructuralmente al futuro de la Nación, de una nación próspera en la que se
pueda vivir en justicia y en paz.
Ante todo, la
educación. He oído que se promete una “revolución educativa”. Yo no usaría un
sustantivo tan solemne, o tan temible. Cada una de las reformas que se han
sucedido quiso, pretendió, ser una revolución. Un diagnóstico desapasionado
permite advertir el estado actual de las cosas. No exagero si digo que es muy
común que los chicos egresen de la escuela primaria sin saber leer y escribir
correctamente. Me refiero a la escuela de gestión estatal, ámbito en el que yo
fui alumno en épocas en que desde este presente devastado lucen como gloriosas,
también en el ciclo secundario. Los edificios semidestruídos o con graves
daños, la falta de los elementos necesarios para el desarrollo óptimo de las
actividades escolares, la preparación inadecuada de muchos docentes, a los que,
por otra parte, no se les reconoce en lo concreto la dignidad de su misión, o
la sindicalización lamentable de los mismos, los programas ideologizados
mediante los cuales el Estado o los lobbies que se apoderan del área intenta
aplanar las conciencias; estas fallas del sistema se suman a la defección educativa
de las familias, que merced a la destrucción del matrimonio -convertido por las costumbres y
las leyes en un rejunte provisorio -depositan en la puerta de la escuela
huérfanos con padres vivos… y podríamos alargar esta lista de calamidades. Lo
que resulta imprescindible es la refundación de la educación argentina, de
aquella que el país fundó en las últimas décadas del siglo XIX. La Iglesia
Platense, por su parte, continúa abriendo colegios en las zonas periféricas; el
subsistema educativo eclesial además del aporte financiero para cubrir la
planta funcional, al que los alumnos y sus padres tienen derecho, necesita
libertad para poder educar cristianamente, sin limitaciones burocráticas ni
imposiciones contrarias al principio social de la subsidiariedad. Los
impedimentos no proceden las más veces de las leyes o de las autoridades
correspondientes, sino ¡aunque parezca mentira! de la desubicación y autoritarismo de las inefables inspectoras.
El segundo
problema es la quiebra provincial, que la señora gobernadora ha señalado en
oportunidades reiteradas. ¿Cómo se pone en movimiento el aparato productivo
provincial, más todavía, el del país entero? No soy experto en cuestiones
económicas; me remito simplemente a observar la realidad y a confrontarla con
la Doctrina Social de la Iglesia. ¿Cómo se reactiva la economía? O se emiten
billetes y se engendra más inflación, o se emite deuda y ¿para qué se la va a
usar? El célebre empréstito de la Baring Brothers -una temprana soga que la
naciente Argentina se echó al cuello- se terminó de pagar, si no recuerdo mal,
en 1909. El presidente José Figueroa Alcorta señaló en esa oportunidad que sólo
tiene sentido endeudarse si ese caudal así obtenido se vuelca a la producción.
Convendría tomar en cuenta las numerosas experiencias. No es un ideal deseable
vivir pagando y morir debiendo. A propósito vale esta pregunta: ¿por qué los
argentinos no traen espontáneamente el dinero que tienen depositado en el
exterior? Estamos presenciando en las últimas semanas hasta qué extremos ha
llegado durante la última década lo que el Apóstol Pablo llamaba pleonexía:
avaricia, codicia, u otra vez amor al dinero (que es cosa e’ mandinga),
mientras los más pobres pagan los platos rotos. El empleo estatal improductivo,
innecesario, disimulaba la falta de trabajo genuino y el estancamiento de un
país lanzado al consumo insensato financiado por el fisco y para medro de
funcionarios y punteros. Por no hablar del trabajo esclavo impuesto por las
mafias, problema político, judicial y policial.
Una última y
breve observación, como de paso. Se habla en estos días de una “política de
memoria, verdad y justicia”. ¿No se llama así, pomposamente, al rencor y a la
venganza? La memoria argentina ha sido más bien desmemoriada, o hemipléjica. Es
curioso el celo por acusar y juzgar delitos cometidos cuarenta años atrás,
cuando hubo y hay tanta distracción y lenidad para juzgar delitos del presente.
Se dice que los crímenes aquellos fueron de lesa humanidad, esto es, literalmente,
de humanidad herida. El término es usado equívocamente; que así lo hagan
periodistas que hablan de omni re scibili e ignoran el derecho, vaya y pase,
pero que lo manipulen juristas y jueces supremos es el colmo y ese desliz no
augura nada bueno. Necesitamos paz, olvido, borrón y cuenta nueva. Olvido, sí.
En varios pasajes de la Sagrada Escritura para indicar que Dios perdona
nuestros pecados se dice que se olvida de ellos. Tomás de Aquino escribió que
la justicia sin misericordia es crueldad y la misericordia sin justicia es la
madre de la disolución. Lo terrible es que la disolución de la sociedad
argentina, la relajación y rompimiento de los vínculos sociales proceda de una
justicia que tiene tapado un solo ojo. En este Año Jubilar de la Misericordia establecido
por un Papa argentino, ¿no podemos los argentinos abrir la inteligencia y el
corazón al don divino de la misericordia, y dárnosla los unos a los otros?
Ahora
escucharemos el tedéum que el coro cantará en nombre nuestro. Parece que no fue
San Ambrosio el autor, sino Nicetas de Remesiana, y la Iglesia lo viene usando
por siglos y siglos. Se lo considera un himno de acción de gracias, pero
sobreabundan en él la alabanza y la súplica y se destacan plegarias ardientes,
tales como Salva a tu pueblo, Señor, y bendice a tu herencia, y también
apiádate de nosotros Señor, apiádate de nosotros; venga sobre nosotros tu
misericordia, Señor, conforme a la esperanza que hemos depositado en ti. Cada
uno de los presentes puede recitarlo silenciosamente en su corazón, con la
esperanza de que asome de una vez por todas el sol del veinticinco.
Héctor Aguer
Arzobispo de La Plata